Conozco al dolor. Me rodea en mi puesto de trabajo desde hace varias décadas. Y en el ámbito personal, como muchos de uste- des, he visto padecer agonías estériles y prolongadas a algunos de mis seres más queridos. En cada ocasión en la que, en mi en- torno, se produce una muerte tras un proceso de extinción lento y doloroso, sin tratamientos paliativos adecuados, sin disminuir con morfina u otras drogas la intensidad del sufrimiento y la angustia del moribundo (con la irónica excusa de no acelerar su muerte), siento una profunda tristeza que rápidamente muta en una rabiosa indignación.
Lee el artículo completo de Ana Cuevas Pascual publicado en la revista de DMD nº 54.
Que la muerte nos sea leve. 54-revista copiaComparte este artículo