DMD siempre ha apoyado a quienes deciden hacer pública su voluntad de elegir cuándo y cómo morir. Personas que, pese a su deterioro físico, quisieron defender su libertad y, con su testimonio, la de toda la ciudadanía.
María José Carrasco no aguantaba más. Tras 30 años con esclerosis múltiple había llegado al final de su camino. Su inmovilidad le impedía morir sin ayuda, pero su compañero Ángel Hernández le había prometido que le prestaría sus manos.
En abril de 2019, asistida por su compañero, Mª José Carrasco se quitó la vida y puso fin a un sufrimiento que no apaciguaban ni los cuidados paliativos. Unos meses antes, había hecho público su caso y su deseo: una ley de eutanasia para poder elegir cuándo morir sin recurrir a la clandestinidad.
El fin de la XII Legislatura confirmó sus peores presagios: no habría una ley de eutanasia a tiempo. La pareja decidió entonces que harían pública la muerte de ella y la cooperación de él para llamar la atención sobre esta situación inaceptable. Su caso tuvo repercusión internacional, provocó muestras de solidaridad generalizadas y promovió que varios partidos políticos incluyeran la eutanasia claramente en sus programas.
Desde que en 2015 le diagnosticaran , Arrabal tuvo claro lo que no quería: ni acabar como un vegetal, ni hipotecar la vida de su familia. Decidió morir sin sufrir y bajo su propia voluntad antes de perder por completo el control de su cuerpo.
Durante meses planificó su final. Dos años después del diagnóstico, ante el riesgo de perder la movilidad en las manos (y por tanto la posibilidad de morir sin ayuda) decidió que era el momento. Durante sus últimos meses contó a los medios de comunicación sus deseos y los motivos tras su decisión. Una mañana de abril de 2017, cuando su familia lo dejó solo, tomó una mezcla de fármacos y se quitó la vida.
Arrabal decidió hacer público su final para denunciar que, sin una ley de eutanasia, había tenido que adelantar su muerte y organizarla de forma clandestina para evitar problemas a su familia.
Carlos, enfermo de ELA, hizo público su deseo de morir en el programa 'Salvados' (La Sexta).
Con serenidad y determinación explicó que no quería seguir sufriendo, ni viendo cómo su cuerpo se apagaba poco a poco. No quería ni la vida que tenía ni, especialmente, la que le esperaba. Hizo público su caso para reivindicar su derecho a decidir sobre su propia vida y a morir con dignidad.
"Los políticos me quitan la libertad al imponer esas medidas prohibitivas por miedo".
"En cuanto a la muerte, un perro tiene más derechos que yo".
Aramayona, profesor, filósofo y activista social de Zaragoza, buscaba la coherencia entre sus sus actos, sus decisiones y sus ideas. Amaba la vida, pero tras sufrir varios infartos y operaciones, optó por no seguir.
Quería que le recordasen "vivo, no desde la dependencia y la decadencia". Decidió suicidarse y hacer público su caso. Siempre luchó a favor de la libre disposición de la propia vida y la eutanasia.
Jon Sistiaga contó la historia de Aramayona en un reportaje de televisión. Él, por su parte, siguió publicando en su blog, incluída su carta de despedida, hasta el final.
Diagnóstico: cáncer terminal de pulmón. Pronóstico: un año de vida.Tras probar varios tratamientos, los médicos comprobaron que los efectos secundarios le restaban calidad de vida pero no mejoraban sus opciones. Aún así, insistían en cumplir “el protocolo”: mientras la cabeza estuviera bien había que seguir intentándolo.
Sagüés decidió que no quería ni la vida que tenía ni la que le esperaba, pero en cuidados paliativos no consideraron su deterioro suficiente para practicarle una sedación paliativa. Decidió hacer pública su historia.
DMD lo atendió en su domicilio, un médico de la asociación valoró que sí cumplía los requisitos para una sedación y lo ayudó a morir, acompañado de los suyos, como era su deseo.
“…y si a uno le encanta la vida tiene que saber morir,
es parte del proceso".
Soportó el avance de una ELA hasta quedar prácticamente paralizado. Vivía, como él decía, “en una cárcel que se estrecha”. Cuando decidió que quería morir contó su historia a El País.
Rechazó los tratamientos que lo mantenían con vida y solicitó una sedación paliativa. Sus médicos y la Consejería de Salud andaluza se negaron, alegando que no estaba en fase terminal. El servicio de cuidados paliativos le recomendó que dejara de comer y beber para que su estado empeorase y así poder sedarle. Pedro Martínez los echó de su casa.
Los médicos de DMD valoraron su estado, comprobaron su deterioro y padecimiento, que él ya consideraba intolerable, y procedieron a sedarlo respetando tanto a sus deseos como a la legalidad vigente.
“No se trata de morir con dignidad. Se trata de vivir con dignidad hasta el final, teniendo el control de lo que se hace".
Sufría ELA. Tras su diagnóstico en 2003, empezó a pensar en su futuro y lo que le esperaba: una vida de absoluta dependencia. Como no era lo que quería, decidió que prefería morir.
Hizo su decisión pública y contó su historia a El País.
En enero de 2007, en su casa y acompañada por dos voluntarios de DMD, ingirió un cóctel letal de fármacos y puso fin a su vida.
"Quiero dejar de no vivir, esto no es vida"
A los 11 años, Inmaculada Echevarría fue diagnosticada con distrofia muscular. A los 41 tuvo que ingresar en una clínica para vivir conectada a un aparato de ventilación mecánica. Nueve años después, desesperada, solicitó públicamente la eutanasia, "una inyección que le parara el corazón".
Con el asesoramiento de DMD y de acuerdo con la Ley de autonomía del paciente, reformuló su petición de ayuda a morir como un rechazo de tratamiento, renunciando a la máquina
que la mantenía con vida.
Se autorizó, aunque el centro donde vivía se negó a retirarle la respiración mecánica por motivos ético-religiosos. La trasladaron para morir a un hospital público de Granada. Su valiente actuación y decisión fue la semilla necesaria para que se elaborara la Ley de Muerte Digna andaluza.
Marinero y escritor gallego. Con 25 años se partió el cuello lanzándose al mar. Quedó postrado en una cama, paralizado desde el cuello hasta los pies. En 1993, pidió a la Justicia que su médico de cabecera pudiera ayudarle a morir. Tras cinco años embarcado en una pelea legal infructuosa, decidió morir el 12 de enero de 1998 ingiriendo una solución letal de cianuro potásico. Tuvo que ayudarle su compañera, que le acercó el vaso a la boca.
Antes de su muerte, Sampedro redactó quince cuartillas dirigidas a jueces y autoridades en las que contaba su penosa situación tras veintinueve años de tetraplejia. En ellas anunciaba su decisión de terminar con su vida ante una situación que estimaba como de "humillante esclavitud".