Como yo viene siendo tradición, DMD-Asturias ha participado en la Semana Negra de Gijón un año más. En esta ocasión hemos presentado la novela de Ana Ruíz Echauri, La ventana de los cernícalos. La presentación de la escritora corrió a cargo de Dulce Prieto de la directiva de DMD. Gran asistencia de público en un agradable acto en el que se ha presentado una novela entrañable.
Al inicio del acto, Ana leyó un pequeño texto que amablemente nos ha cedido y transcribimos:
LA VENTANA DE LOS CERNÍCALOS EN LA SEMANA NEGRA DE GIJÓN. 17 DE JULIO DE 2022
A finales de junio, cuando se cumplió un año de la entrada en vigor de la Ley de la Eutanasia, once personas en Asturias solicitaron el fin de sus días con una muerte digna; sólo cinco lo consiguieron. Otras cuatro personas fallecieron antes de superar los trámites.
Son datos que recogía el periodista Ramón Muñiz en el diario “El Comercio”, el pasado 28 de junio. Añadía que la burocracia puso trabas a esa despedida digna.
El 30 de abril pasado la periodista y escritora Andrea Menéndez Faya escribió en Kamchatka sobre la Ley y hablaba de la manipulación mediática y política de la eutanasia: cuestiones ideológicas y religiosas siempre presentes en la vida y la muerte de las personas, de la ciudadanía.
Andrea recordaba también que ninguna persona sana quiere morir y que hay personas que, incluso muy enfermas, mantienen su amor por la vida. Pero la voluntariedad de acogerse a la ley implica que sólo, reitero, solo quienes ya han llegado al agotamiento del amor por la vida, sean candidatos a la eutanasia, a la buena muerte.
Fernando Marín, médico y vicepresidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente recalcaba en ese mismo artículo de Andrea que ninguna ley en vigor en Europa exige tantos requisitos como la española.
Uno de los protagonistas de esta novela, “La ventana de los cernícalos” es J. Un hombre maduro, vital, enamorado de la vida, curioso, activo, deportista, sanitario, artista. Un hombre que vio truncado su futuro por un accidente. Cinco años, un lustro completo inmóvil de cuello para abajo. Un lustro pensando con su lúcida cabeza que la vida no era eso, que la vida era otra cosa.
Hace ahora tres años murió mi madre; el día de su cumpleaños, un juego extraño del azar. Sus últimas semanas fueron de un sufrimiento atroz por un cáncer que la devoró sin piedad alguna, porque las enfermedades no tienen piedad… Pero los seres humanos sí deberíamos tenerla.
Encontramos a un animal herido y nos apiadamos de su sufrimiento. Cuando una mascota sufre irremediablemente la llevamos a un veterinario para que cese ese inútil sufrir. ¿Sirve de algo sufrir cuando ya no queda esperanza alguna en el futuro, ni curación ni nada?
Seguimos haciendo las leyes bajo el dictado de tradiciones religiosas. Se pone en duda ahora el aborto, el matrimonio entre quienes se aman sean del género que sean. Se pone en duda el derecho humano a morir con dignidad.
Y ese retroceso no es bueno. Y ese retroceso no se puede consentir ni admitir en una sociedad madura que no quiere que las creencias -respetables por supuesto, pero creencias- marquen su vida y controlen también su muerte.
Me pidió Ana Caballero, editora de Grijalbo, que escribiera una novela. Una historia de esperanza, de aves, de nidos, de pollitos y vuelos.
Pero le ofrecí también una historia de alas cortadas y sufrimiento.
Historias a través de ventanas. Todos tenemos una ventana, con vistas o no, pero un lugar donde asomarnos a otras vidas.
Se trata de entender el sufrimiento del otro, del humano que es mortal, exactamente igual que nosotros.
Y por prejuicios religiosos o por intereses políticos ese sufrimiento no lo administra quien lo sufre, sino personas que, parece, creen que a ellos nunca les tocará.
Vivir con dignidad se entiende bien.
¿Por qué no se entiende que morir con dignidad es tan importante?
Muchísimas gracias.
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