Javier Cerdán, 41 años, no era un enfermo terminal ni padecía una enfermedad neurodegenerativa, pero experimentaba un dolor intolerable, imposible de aliviar. El 8 de enero de 2024 murió en Lanzarote con ayuda médica, tal como lo había solicitado meses antes. El testimonio de su mujer, Jennifer, nos permiten reflexionar sobre el caso complejo.
Por PEDRO ARTIAGA
Antes de despedirse, Javier me dijo: «A mí, no me van a quitar la vida, porque ya lo hicieron. A mí, me van a quitar el dolor —recuerda su esposa—. Me dijo adiós
rodeado de plantas, fotos, agarrado de mi mano. Sin más gente. No quiso despedidas multitudinarias porque le resultaba muy dolorosa».
Con su muerte, Javier nos deja un mensaje. «La libertad que supone poder dejar este cuerpo… Porque el dolor arrasó con todo, a nosotros nos queda aceptar que a veces no es lo que queremos sino lo que nos toca». Jennifer, la esposa de Javier, no le conoció sin dolor. Toda la escena de noviazgo y matrimonio fue con un trasfondo de sufrimiento. «Sufría dolor crónico a causa de una operación negligente de hernia discal hace 10 años, que condujo a cuatro operaciones más de espalda y múltiples tratamientos de todo tipo para recuperarse. Intentó todo aquello que consideró podría aliviarle o permitirle una calidad de vida con un dolor tolerable, pero ningún tratamiento u operación consiguió una mejora duradera, causándole un dolor intolerable y un deterioro de salud preocupante hasta el punto que le costaba orinar, moverse o ducharse —explica Jennifer—. Nos agarrábamos a todos los tratamientos posibles; hicimos viajes a Madrid, Alicante, Valencia, Castellón… Creo que lo único que no se intentó fue el neuroestimulador y la bomba de morfina, y porque sabíamos que iba a ser inútil».
NO QUEDA MÁS REMEDIO
A mediados de octubre de 2023, Javier tenía ya decidido solicitar ayuda para morir. Dejó constancia de su deseo en un correo electrónico donde Javier le comenta a una enfermera que le atendía una conversación con su médico: «El doctor ha venido a mi domicilio y hablamos sobre el tema. Desafortunadamente casi todos los medicamentos que se usan en estos casos me ponen muy enfermo de tantos años que he estado expuesto a ellos. Me ha hablado de rotaciones, cosa que veo correcta salvo por los efectos adversos que me producen (y que no son solo los primeros días hasta acostumbrarme). Encima no alivian mi dolor en ningún sentido. En Castellón finalmente llegaron a la conclusión de sedarme 24 horas con mídazolam a ver si aguantaba hasta esta última operación y esta conseguía solucionar mi salud. Por lo que entrar en rotación de medicamentos y pruebas ya no me sirve. Me pegué casi dos años así conectado a una bomba en mi domicilio y no solucionamos nada. Por lo que no quiero volver a probar algo que sé que lo único que me aportará será más sufrimiento (en mis informes de Castellón queda todo reflejado). Mi esposa sacó el tema de la eutanasia si llegase el momento, pero es que para mí ese momento desgraciadamente ya ha llegado, lo que yo no lo acepto porque tengo más ganas de vivir que nunca, muchísimos sueños y mucho amor por la vida y por mi esposa así que voy dilatando los días. Pero lo cierto es que se han vuelto imposibles y así se lo he comunicado al doctor que si ya no queda nada que probar que realmente me dé esperanzas de vida ni nada que hacer, yo no quiero estar repitiendo cosas que sé que no me han funcionado en otras ocasiones, y que entonces no me queda más remedio que aceptar la realidad».
El 1 de diciembre el médico les dio la noticia de que se había concedido la ayuda eutanásica. «Sentimos alivio, pues no se iba a tener que suicidar. Podría irse en condiciones y por fin se liberaría de su cuerpo. Ese día nos tomamos una copa en casa», recuerda Jennifer. Las navidades, a pesar de todos los esfuerzos para que tuvieran algo de alegría, fueron difíciles por los intensos dolores que no le dejaron descansar. Airam, el enfermero que acompañó a Javier durante todo el proceso, tuvo que atenderle casi de continuo en estos días. Y llegó el 8 de enero. «Cuando me paro a pensar, agradezco que se pudiese ir así, agarrado a mi mano con dulzura, sin sufrir, rodeado de buenos médicos que lo comprendieron y vieron su dolor cuando lo miraban a los ojos y lo creyeron», concluye Jennifer.
Artículo publicado originalmente en el número 91 de la revista de DMD.
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