Érase una vez un guerrero, Er, que, a punto de ser quemado un amanecer sobre una pira a los doce días de su muerte en una batalla, aún ofrecía a la vista de sus conciudadanos algo portentoso: no mostraba signo alguno de descomposición. Tanto era así, que de repente se levantó y se puso a contar a los ciudadanos presentes sus extrañas experiencias en el mundo del más allá.
Lee el artículo completo de Antonio Aramayona publicado en la revista de DMD nº 63.
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