El filósofo y exsacerdote Luis Acebal falleció el 17 de enero por eutanasia a los 88 años en su domicilio de Madrid, donde en la víspera recibió a DMD para hablar de la vida y la muerte.
Por FERNANDO PEDRÓS
No hemos necesitado leer en la prensa una necrológica que nos diera el perfil de Luis Acebal. Él se encargó de escribir su In Memoriam en su libro De sacerdote a ciudadano (Editorial Catarata) editado dos meses antes de su muerte. Es un relato personal de su vida y trabajos que tuve la suerte de leer y corregir conforme iba escribiendo los capítulos. Su última frase es un punto final a la vida que expresa su deseo personal: “morir responsable, pacífico y contento, una vez consumada la existencia”.
Escrito el libro, tocaba morir. Ese era el proyecto. Silvia, su mujer, le había propuesto morir los dos a la par. El final tenía que ser a dúo tal como había sido la vida, pero Luis, según nos cuenta en su relato personal, le indicó que él tenia que escribir un libro y después siempre cabría un suicidio. Fallecida su mujer, era el tiempo de preparar su muerte, de regalar algunos cuadros y cerámicas, de ir entregando sus libros a diversas facultades… Yo me he quedado con tres libros del filósofo Agamben del que habíamos hablado en los últimos meses y que al parecer estaba releyendo. Uno de ellos —el que habla del poder soberano y la nuda vita— tiene un capítulo con muchos subrayados, por cierto bastante temblorosos…
El día anterior a su muerte, Fernando Marín (presidente de DMD Madrid) y yo mantuvimos una larga conversación con Luis en su domicilio de Madrid. Fueron casi dos horas de despedida. De entrada, Fernando, que dirigió el ritmo del diálogo, quiso saber cómo se encontraba Luis.
— Pues tranquilo, solo que con el sistema muscular trastornado. Pero bueno, ya es hora de llegar al final.
— Como persona en un contexto eutanásico, ¿qué has ido descubriendo poco a poco …?
— Tú me lo has ido descubriendo. Y claro, es una sensación totalmente nueva de libertad. Lo que es totalmente inesperado es la sensación de libertad propia.
— ¿Cuándo empezaste a pensar que lo mejor que te podía ocurrir es morirte?
— Hace mucho, hace mucho. Desde que Silvia quiso morir hemos hablado muchas veces. Luego yo me sentí acabado de lo que tenía que hacer. Tenía en mi cabeza la expresión ‘misión cumplida’, existencia consumada. (…) Ella murió en marzo de 2023. Yo sigo ya rateando el motor. Aparece el cáncer. Entonces yo tenía la idea de hacer ese libro con toda claridad. Y en aquella época que tú estabas citando ahora a ella se le antoja que tenemos que morir juntos. Y yo le digo que no. Recuerdo mucho una sonrisa suya cuando le dije: «No, no, es que yo tengo que hacer un libro de mi vida, y en ese libro tú vas a ser muy importante. Entonces, si nos morimos juntos, no lo puedo hacer”. Sonreía un poco, así como diciendo, «este me está aquí vendiendo la aspiradora». Y bueno, se fue poniendo mal, se fue poniendo mal.
La Fundación Jiménez Díaz de Madrid es el centro hospitalario que correspondía a Luis y periódicamente el departamento de soporte le visitaba. La primera visita fue de una médica que le atendió “magníficamente”. “Pero a la siguiente cita los que me atienden son otros que dicen: nosotros somos paliativos, y me empiezan a recetar cosas. El médico se sienta aquí y yo le hablo de eutanasia. Digo la palabra eutanasia, y se pone muy farruco. Y dice: no confunda usted eutanasia con paliativos. Yo soy objetor”.
A Luis no le agradaba la Ley de Eutanasia y a ello se añadía ahora el enfrentamiento con un médico objetor… Consideraba que la objeción de conciencia es una locura y la rechazaba radicalmente.
— Sí, yo el tema de la eutanasia lo tengo claro, lo que pasa es que estoy indignado con la Ley de Eutanasia y su burocracia.
— Porque tu alternativa era el suicidio…
— Pero bueno, me dejé convencer por una persona de la que me fío. Un día viene a verme Fernando (Pedrós), pero esta vez con el otro Fernando (Marín). Este me convence de que vale la pena intentar morir con la ley. Yo que estaba obsesionado con la objeción de conciencia…
Fernando le fue enumerando sus diversas patologías como si estuviera cumplimentando el impreso de solicitud y ahí empezó el convencimiento de que debía abordar la petición. En una conversación telefónica le insistí que, antes de presentar los papeles, se los remitiese a Fernando, que conoce bien cómo hablar a los que han de enjuiciar la situación.
— El 28 de noviembre presento mi primera petición. La médico me dice «es mi primer caso». Veo que tiene que salir a consultar a otros porque yo me había mirado más la ley que ella misma. Entonces hay que ir 15 días más tarde a renovar la petición.
El tratamiento de esta médico, como de la médico consultora, fueron en todo momento el reverso del trato del médico de paliativos que abruptamente se había declarado objetor.
El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, Luis recibe un correo de la médico con la noticia de que la eutanasia está concedida y le avisa:“El 9 de enero voy a ir a hablar contigo para poner día y hora”. Ese mismo día nos llega un correo electrónico:
Queridos Fernandos:
Acabo de leer un correo de la médica responsable. Me comunica que mi caso ha sido aceptado por la Comisión. Ella volverá el día 9 para definir la forma de ejecución. Puede que tenga tiempo a cumplir los 88 el día 12 de enero.
Muchas gracias por vuestra ayuda. Comentaremos…
Abrazos, Luis
A vuelta de correo, Fernando Marín aprovecha el ‘comentaremos…’ para programar una larga conversación: “Qué buena noticia. A veces, el estado de derecho funciona. Me gustaría grabar una entrevista contigo, que luego editaríamos en DMD para contar qué es eso de la muerte voluntaria. Ya me dirás, podríamos hacerla con tu amigo Pedrós, como una conversación larga. Hablamos, F.”.
La noticia del morir y la despedida fue enviada por Luis por whasapp a unas 200 personas:
Querida familia y amigos. Mi proyecto de vida ha acabado tras el último libro. He solicitado mi eutanasia de acuerdo con la ley. Se han dado los pasos oficiales, el último la aceptación por una comisión de expertos. La fecha final será muy próxima. Seguro de vuestro respeto y comprensión, me despido afectuosamente de todos vosotros. Os deseo la mayor posible felicidad.
— ¿Darías alguna idea a DMD de cuál debería ser su papel con la eutanasia?
— Creo que estamos en el momento de divulgar el concepto de eutanasia. Y de hacerlo entender. Pero el problema es la religión. Cada vez hay más gente que ya no cree en nada. Que no cree en dos vidas. Eso les pasa a los chavales de 14 años. Se hacen ateos. Y luego pues claro, cuando alguien se muere hay unos ritos y se hace, pero cada vez de una manera más estándar. Hay una correlación entre la cultura y la religión, como se llevan tan bien. Mis sobrinas aceptan y entienden mi decisión de morir, pero el resto de la familia o lo miran casi despectivamente o están rezando por mi. Es la diferencia entre morir o morirse. Y morirse es caer como una pera podrida de la rama al suelo”.

Luis Acebal, sentado en el salón de su casa de Madrid días antes de recibir la prestación de ayuda para morir. FOTO DE JOSÉ AYMÁ (EL MUNDO)
Artículo publicado originalmente en el número 93 de la revista de DMD.
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