Ana pudo donar sus órganos tras su eutanasia

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Cuando pidió la eutanasia con 27 años, Ana tenía muy claro que quería que sus órganos dieran una segunda oportunidad a otra persona; ver su sueño cumplido y saber que su corazón iba a volver a latir en otro cuerpo “fue un bálsamo en medio de tanto dolor” para sus padres, Puri y Salva.

La ley que materializó el derecho a morir dignamente en España en 2021 es el “gran consuelo” que han tenido durante los últimos años estos padres, cuya historia ha cerrado el XX Encuentro de Profesionales de la Comunicación y Coordinadores de Trasplantes promovido por la ONT.

Ana nació con espina bífida, que con los años se fue complicando hasta tener una “hidrocefalia bestial”. Cuando no pudo más de los dolores, y sabiendo que aquello la iba a matar por asfixia sin remedio, decidió pedir la eutanasia.

“Una de las cosas que nos dijo es que, cuando ella falleciera, quería donar sus órganos. Lo dijo así de claro: ‘Ya que a mí no me van a servir, por lo menos que puedan darle la oportunidad a alguien para que pueda tener una vida que yo no voy a tener’”, rememora su madre.

Su cirujano objetó, así que reclamó su derecho a los servicios médicos del hospital. Hasta que vino el visto bueno, y desde ahí hasta que llegó el día, Ana, que “tenía un carácter muy alegre, muy expansivo, muy abierto, era muy graciosa”, no abandonó su vida social.

Puri reconoce que “a cualquier padre le cuesta mucho dejar ir a sus hijos”, pero ellos tenían “muy claro que tus hijos no son tu propiedad. Ella era mayor de edad, tenía derecho a decidir por ella misma, era su cuerpo, era su sufrimiento”.

Los dos se rompían cuando ella decía que si no le concedían su derecho se suicidaría, algo que intentó alguna vez. “Yo le decía: ‘por el amor de Dios, no nos hagas eso, no quiero levantarme una mañana, entrar a tu habitación y encontrar que te has muerto sola, con dolor’”.

Pero se lo concedieron.

En un primer momento, solicitó una prórroga porque coincidía con las navidades, y quería pasar las últimas con sus padres.

Mes y medio después, llegó el día de verdad. En el camino de la habitación al quirófano, Ana no hacía más que dar las gracias a los profesionales del hospital. Incluso ya dentro, sedada, antes de recibir la medicación que tanto ansiaba, se espabiló y dio un último mensaje al equipo: “Hoy vais a conseguir que yo cumpla mi sueño desde pequeña, pero siento el trabajo que os voy a dar”.
A Salva hay algo que nunca se le olvidará, el sonido de la muerte de su hija, ese paso del pitido intermitente al compás de latido de Ana al “piiiiiiiiii” continuo que jamás se le irá de la cabeza. “Es horrible”.

Dos meses después, volvió un “pi-pi-pi”: una persona anónima les agradecía el corazón de Ana, al que se comprometía a cuidar para siempre. “Estoy vivo por eso”, garantiza Salva.
“Fue balsámico”, añade Puri. Y así quisieron transmitírselo al coordinador de trasplantes del hospital Gregorio Marañón, Braulio de la Calle, y a todo su equipo, en una carta de agradecimiento que el doctor ha leído en el encuentro de la ONT.

Fuente: El Diario (licencia creative commons)

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