Hacía mucho frío aquella madrugada del 27 de enero de 1939. Antonio Machado tiritaba sobre el catre de una oscura habitación de una casona de piedra de Viladasens, antes de pasar al día siguiente a Francia. Su corazón estaba abatido y su cabeza parecía rebo- tar una y otra vez contra las paredes del cuarto. “No me queda nada, es el fin”, no paraba de pensar. Tenía además la certeza de que su muerte estaba cerca y él mismo tendía su mano hacia ella en busca de refugio y de acabamiento de esa pesadilla.
Lee el artículo completo de Antonio Aramayona publicado en la revista de DMD nº 64.
Días azules, sol de infancia. Por Antonio Aramayona. 64-revista copia 2
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